La respiración es aliento de vida. Es un proceso espontáneo, que realizamos sin esfuerzo y sin darnos cuenta. Si dejamos de respirar, morimos. No podemos vivir sin respirar.
La respiración está gobernada por el sistema nervioso autónomo, pero podemos hacer que dependa del sistema nervioso central (es decir, de nuestro cerebro), dándonos cuenta de que estamos respirando. Cualquier momento y lugar son buenos. Solo hay que llevar la atención a las fosas nasales, sentir el fluir de la respiración y respirar con suavidad, como si aspirásemos un perfume muy delicado.
Respirar conscientemente nos permite focalizar la atención y nos conecta con nuestra capacidad innata de “darnos cuenta”. También nos permite estar en el “aquí y ahora”, calmando las emociones desbordadas y serenándonos cuando la mente divaga y se empieza a inquietar. Y lo más importante, nos conecta con actitudes como la de “ser un observador” y “dejar ir”. Estas actitudes tienen una influencia muy positiva en el conocimiento y gestión de las sensaciones, los pensamientos, las emociones y los sentimientos…, los principales “habitantes” de nuestro mundo interior.