La celebración del Domingo de Ramos es como el pórtico, la introducción a los acontecimientos que viviremos durante la Semana. La fiesta de hoy nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con un ambiente de alegría donde sus seguidores le acompañaban de forma festiva y aclamándole como rey.
¿Pero qué tipo de rey es Jesús? Una persona sobre un asno, sin una corte que le siga ni un ejército que le rodee. Acompañado y acogido por gente sencilla, olvidada, aquella que no cuenta y está mal vista, gente humilde; no son precisamente los ricos y poderosos.
Un rey que sabe que después de su entrada en Jerusalén lo que le viene por delante no será un camino fácil: torturado, insultado, recibirá una corona de espinas y cargará con su cruz para ser crucificado y morir. Este es el verdadero rostro de Jesús: Una persona con un amor y cariño infinito hacia los demás que le llevó a darlo todo.
Sin embargo, la muerte de Jesús no tiene sentido sin su resurrección; ésta es la base de nuestra fe.
A las puertas de esta Semana, importante para todos los cristianos, conviene preguntarnos qué significado tienen para nosotros estas celebraciones, qué incidencia tienen en nuestra vida y con qué actitudes nos disponemos a vivirlas.
Conviene estar atentos para escuchar nuestros corazones y vivir la muerte y la resurrección como una verdadera transformación: acoger desde la ternura, la mirada y la escucha a quien sufre; sentir la alegría auténtica, no la que nace por el hecho de tener muchas cosas sino de sentir que no estamos solos; y por último a vivir en plenitud.
¡Feliz Semana Santa!