Celebramos con gozo el hecho central de nuestra vida como cristianos: La resurrección de Jesús.
Esta pasada noche ha sido un tiempo de espera, donde la luz de Jesús se ha hecho presente. El cirio pascual encendido durante la Vigilia es el comienzo de una vida nueva y nos recuerda la posibilidad de ver, de poder descubrir el rostro del otro para ser amado. La tiniebla es el infierno interior del hombre, el miedo, la violencia, la desconfianza; y hoy esa oscuridad se disipa con esa luz.
Estos días pasados hemos podido vivir de cerca, desde el silencio, el respeto y desde el interior de cada uno, su pasión. Ahora lo reconocemos vivo de otra forma. No es la muerte la que queda. Jesús está y estará con nosotros siempre.
Necesitamos el coraje para vivir el mismo amor que llevó a Jesús hasta la muerte, de amar a sus amigos hasta el extremo. El amor que acompaña hasta dar la vida no puede terminar, sigue siempre presente y vivo.
La gran lección que debemos aprender es que sin muerte no hay resurrección, no es posible el triunfo de la luz sobre las tinieblas.
La vida es otra cosa después de este evento. La oscuridad no tiene la última palabra y esto es motivo de gozo y celebración.
¡Felices Pascuas!