Cada 2 de mayo celebramos el Día Internacional contra el Bullying, una jornada para detenernos, mirar a nuestro alrededor y reflexionar sobre una realidad que, demasiadas veces, se vive en silencio: la violencia entre iguales.
El acoso escolar no es solo una broma pesada ni un comentario desafortunado; es una herida que puede marcar la vida de un niño o joven. Una herida que no siempre se ve, pero que puede tardar mucho en cicatrizar.
Hoy, especialmente, queremos aprovechar para recordar a toda la comunidad educativa —alumnado, familias, docentes y personal no docente— que el respeto, la empatía y la convivencia no son valores abstractos, sino prácticas diarias. Cuando escuchamos, acogemos y actuamos con responsabilidad ante el sufrimiento ajeno, estamos construyendo un espacio seguro para todos.
Sabemos que el acoso adopta muchas formas: insultos, exclusión, burlas, amenazas, agresiones físicas o a través de las redes sociales. Ninguna de estas acciones es aceptable. Ninguna de estas acciones es “normal” o “cosa de niños”. El silencio ante el bullying convierte el dolor en rutina y aleja la posibilidad de cambio.
Por eso, educamos en el valor de ponerse en el lugar del otro. Animamos a decir “basta” ante una injusticia y a pedir ayuda cuando sea necesario. Todos tenemos un papel importante: hay que escuchar, observar, confiar y actuar. Las víctimas necesitan saber que no están solas. Los agresores deben comprender las consecuencias de sus actos. Y los espectadores, que muchas veces callan por miedo o indecisión, deben saber que su gesto puede marcar la diferencia.
Comprometámonos todos a seguir haciendo de nuestras escuelas espacios libres de violencia. Solo desde el compromiso compartido podremos prevenir el bullying y garantizar que cada niño y joven se sienta seguro, valorado y querido, dentro y fuera del aula.
Recordemos: cada palabra cuenta, cada gesto suma, y cada silencio puede hacer mucho daño. Romper el silencio es el primer paso para curar las heridas.